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Dan

-Piciccio-

Dan nació en la boca de un dragón. Nunca supo como llegó y, como siempre vivió allí, pensaba que era el mejor lugar del mundo. Jugaba con muñecos que hacía con el pasto seco que encontraba entre los dientes de aquella gran boca. El problema era que cuando el dragón se enojaba, escupía fuego y el muñeco se quemaba, entonces, él debía hacer uno nuevo. Pero, cuando el dragón dormía, se sentía a salvo. ¡ningún lugar sería más seguro! ¡imagínense!

Cuando el dragón volaba, Dan se asomaba por la gran boca, abría sus brazos y jugaba que era un aviador surcando los cielos, con el viento en su cara y las nubes en sus ojos. ¡Como lo disfrutaba!

Un día, el dragón viajó muy lejos hasta llegar a un lugar donde no crecía el pasto y se echó a dormir por semanas. Dan no encontró más pasto seco entre los dientes y no sabía qué hacer. Pensó, pensó y pensó, hasta que se animó y salió, por primera vez, de la boca del dragón.

Lo primero que vió fue una rana, quedó maravillado con aquella criatura y empezó a seguirla, despacito y en silencio. En eso, sintió un fuerte viento y un aleteo que retumbó por el lugar. Confundido, levantó su vista y vió como su dragón se alejaba más y más. Lo persiguió hasta que sus piernas no dieron más y quedó dormido.

Al despertar vió grandes palmeras que se movían suavemente entre las nubes y que, en lugar de cocos, tenían malvaviscos. En eso, un leve murmullo llamó su atención: ¡eran decenas de monos mirándolo con gran confusión!

Era la primera vez que veía a un mono, ¡como se asustó! Tanto que empezó a escupir fuego como un dragón, quemando a uno de los monos que se acercaba a ofrecerle malvavisco. El mono probó el malvavisco quemado y le gustó tanto que empezó a compartirlo. Todos rieron y festejaron la llegada de este nuevo amigo que escupía fuego y hacía más ricos a los malvaviscos.

Al caer la noche los monitos lo llevaron a su cueva. La cueva era muy oscura y, salvo por los monos y sus monerías que lo entretenían, no había nada que lo hiciera sentir bien. Encima se sentía inseguro lejos de su dragón. Finalmente, decidió abandonar el lugar. Antes de partir los monos le dieron malvavisco para el camino y él les dejó toneladas de malvavisco quemado.

Caminó por horas hasta llegar a un hermoso pueblo donde se encontró con otros niños con los que jugó muchísimo: hicieron riquísimos tés imaginarios, jugaron a la pelota y a la escondida. Pedro, uno de sus nuevos amigos, le dijo que nunca lo había visto por ahí y él le contó que vivió en la boca de un dragón y hasta hace poquito con unos monos que comían malvaviscos todo el día.

El nuevo amigo le contó la historia a su mamá y le pidió permiso para invitarlo a su casa. La madre dijo que sí y Dan, con un poco de miedo, al ver que caía la noche y estaba solo, fue con ellos. Comieron zapallitos con queso y se fueron a acostar.

Al ratito llegó el padre de Pedro a casa. Dan escuchó que la mujer le contó lo que había sucedido en el parque y que el padre le respondió a los gritos, muy enojado porque invitó a alguien que vivía en la boca de un dragón a su casa. Al escuchar semejante discusión, Dan, empezó a escupir fuego sin parar y el padre lo echó inmediatamente de la casa, ¡no tenía donde ir!

Se sentó en el parque a mirar las estrellas y, al verlo solo, dos niños llamados Jota y Nando, lo invitaron a su casa. Ésta era una sábana grande y cuatro escobas viejas que también usaban para limpiar, una ventana que colgaba y una gran tuerca, que cerraban con un tornillo, como puerta.

Jota, Nando y Dan se hicieron muy amigos. Tras escuchar su historia, Nando le preguntó si le podía regalar un muñeco de pasto seco de los que hacía. Feliz, Dan le dijo que sí y le regaló un hermoso búho de pasto seco que pusieron al lado de la ventana. Tanto le gustaba hacer los muñecos que, todos los días, antes y después de jugar, Dan hacía muñecos y se los regalaba a los niños del pueblo.

Era una tarde como cualquier otra cuando, a la distancia, Pedro reconoció a Dan y le contó a otro niño su historia, desde el dragón hasta el fuego. El secreto empezó a pasar de boca a boca hasta que uno de los niños, al escucharlo, comenzó a burlarse de él a los gritos.

Dan se sintió muy triste y enojado, ¡parecía que iba a explotar! Contuvo el fuego en su boca como pudo y, con los ojos llenos de lágrimas, salió corriendo hacia su casa. Cuando estaba por llegar, no pudo aguantar más el fuego en su boca y empezó a escupirlo, quemando toda la casita.

Enojados con los otros niños, Jota y Nando lo buscaron por todas partes para ayudarlo, pero no lo pudieron encontrar.

Dan había corrido hasta llegar a un jardín escondido donde se encontró con un bufón que se maquillaba con margaritas y tulipanes. Cuando el bufón lo vio, lo atrapó y encerró en su casa junto con las flores que arrancaba para que nadie más las viera y un montón de juguetes rotos y fantasmas quejosos.

Estaba tan triste que no podía escupir fuego para escapar, lo apagaba con sus propias lágrimas. Pasó tanto tiempo allí que pensó que nunca se iría y, poco a poco, aprendió a hablar con fantasmas y arreglar juguetes.

Un día, una hormiguita roja exploradora, de esas que parecen perdidas, le dijo que, en realidad, los fantasmas eran amigos del bufón y que hacían todo lo posible para entretenerlo, desalentarlo y que él se quede ahí. La hormiguita tenía razón. Dan decidió escapar y, mientras pensaba como, escuchó la voz de una niña al otro lado de la puerta. Era la princesa Aldana que, a viva voz, le pedía al bufón muchas bromas sobre ranas para su fiesta de cumpleaños. Pero… el bufón no estaba, ¡era su oportunidad! A través de la puerta, Dan le contó un cuento sobre ranas divertidísimo, la princesa no pudo contener la risa, se asomó por la cerradura y, tras dudar lo que dura un caramelo en la boca, abrió la puerta. Dan le agradeció y salió a toda marcha. La princesa comenzó a perseguirlo.

Sin dejar de correr, Dan le pidió que deje de seguirlo pero ella se mantuvo firme en su decisión. Entonces, para asustarla, le contó, con actuación y todo, que escupía fuego por su boca y que vivió dentro de un terrible dragón por años. La princesa, con gesto de consentida, le dijo que no le importaba, que quería seguirlo igual. Fue entonces cuando escucharon un grito seguido de un portazo, ¡era el bufón! Dan miró a la princesa con temor y aceleró la marcha.

A los pocos metros se toparon con un río bajito que decidieron cruzar, con tanta mala suerte que, cuando se encontraban a mitad de camino, comenzó a crecer y crecer. No pudieron hacer más pie y, justo antes de caer por la cascada que recién se había formado, Dan empujó a Aldana hacia la orilla. En ese momento llegó el bufón, atrapó a la princesa y la llevó con el rey.

La corriente condujo a Dan hasta un bosque en lo alto de una montaña nevada. Los ojos de una lechuza lo asustaron y, tras tropezarse con una rama, comenzó a girar cuesta abajo, formando una gran bola de nieve a su alrededor. La bola se detuvo, el mareo pasó, se sintió tan cómodo que hizo un poco de espacio y se quedó quietito ahí.

Pasó el tiempo y, sin salir de ella, quiso hacer más grande su bolita de nieve, solo unas tres vueltas más. Pero sus cálculos no fueron correctos y la bola se hizo tan pesada que no la pudo detener. Giró por días hasta que, tras un brusco golpe, se detuvo.

¡La bola de nieve se había convertido en una caverna enorme! Armado de valor, decidió ir a investigar y, mientras caminaba, entre las penumbras, encontró tres personajes muy peculiares llamados Cloy, Savi y Kube.

Dan les preguntó qué hacían allí. Ellos le dijeron que, según un antiquísimo mapa, allí vivía El Gran Mago Rojo y que él los sacaría de esa gran bola de nieve a la que llegaron buscándolo. Le pareció muy curiosa su historia y decidió acompañarlos, tal vez el mago también podría ayudarlo a salir.

A lo lejos, los seguía un pequeño colibrí con cola de ratón y ojos de camaleón. Cuando cesaron su marcha para descansar Dan se dijo en silencio: ‘¡que raros los animales que hay aquí dentro! Seguramente el mago los vuelva a la normalidad’.

Pasaron los días, el gran mago no aparecía y todo se hacía cada vez más oscuro y gigantesco. Los tres compañeros de Dan cambiaban de tamaño paso a paso, a veces más chicos y a veces más grandes, pero nunca igual.

Una tarde, mientras merendaban tomates con nieve, escucharon un fuerte ruido de algo que parecía acercarse. Ante la duda y por el miedo, decidieron quedarse quietos como estatuas. Moviendo solo los ojos pudieron ver de donde venía: era un enorme dragón. Al instante Dan supo que era su dragón y comenzó a gritarle, moviendo los brazos en señal de auxilio. Pero, en realidad, el dragón nunca lo conoció y, pensando que lo quería atacar, empezó a escupir fuego, haciendo derretir la nieve, transformándola en un gran océano.

El colibrí, al ver que se hundían en un remolino, se acercó por primera vez, estiró su cola y los atrapó, pero no tenía la fuerza para sacarlos del agua.

El dragón volvió a la carga y escupió una gran bola de fuego que iba directo a ellos, ¿que podían hacer? Dan levantó su mano y el fuego se congeló, cayendo al océano pesadamente. En ese momento todos lo reconocieron: ¡Dan era el gran mago rojo!

Dan comenzó a crecer y pudo hacer pie en el océano, estiró sus brazos y atrapó al dragón entre sus manos, lo miró a los ojos y, haciendo mucha fuerza, comenzó a achicarse, con dragón y todo, hasta su tamaño habitual. Al abrir sus manos vió que el temible bicho alado era ahora del tamaño de una paloma que, al instante, se echó a volar.

Dan sonrió y de su sonrisa nació una primavera y, en ella, la montaña de hielo se volvió praderas y bosques, con colores vibrantes y desconocidos, mezclados por el viento.

Y así fue como Dan reconoció su fortaleza y se convirtió en El Gran Mago Rojo. La magia más poderosa de los magos rojos es la de recordar. Recordar ser un niño y que la felicidad de hacer lo que uno ama crea los sueños.

Por eso, esa misma noche, Dan puso en funcionamiento la gran máquina de la felicidad y todas las personas del mundo viajaron a un mundo mágico donde vivieron felices para siempre. No era más que el mundo de siempre pero, esta vez y solo una vez en el día, todos recordarían ser niños, de donde venían sus sueños y con ellos, su felicidad.

¡Leelo en versión libro!